Si Fleming trabajara hoy en un laboratorio español… por Enrique J. de la Rosa
El autor describe el tortuoso proceso de obtención de ayudas a la investigación en España, especialmente si los resultados se alejan de los objetivos iniciales o se reformulan los objetivos, como le ocurrió a Fleming. “El Ministerio prima una manera fácil de poderlos fiscalizar, en lugar de promover la obtención de conocimiento y el desarrollo de innovaciones aplicables socialmente”, dice:
Quien más y quien menos ha leído algo de la historia del descubrimiento de la penicilina. Alexander Fleming tuvo la capacidad de observación y la intuición de ponerse a estudiar el hongo que, al contaminar accidentalmente sus placas de cultivo, mató las bacterias que estaba creciendo en ellas. Y tuvo la posibilidad de hacerlo, pues si hubiese estado trabajando actualmente en un centro de investigación español, con proyectos públicos, reglamentariamente no habría podido hacerlo. No habría estado autorizado a emplear dinero de su proyecto de investigación para caracterizar el hongo y la sustancia bactericida que producía, la penicilina.
Para poder haberlo hecho, tendría que haber tenido especificado en su proyecto de investigación, solicitado varios años antes, un objetivo que incluyera dicho trabajo. Por ejemplo, que persiguiera, cuando menos, “la caracterización de productos naturales producidos por hongos con actividad sobre bacterias”. Y tener algo de suerte para que los evaluadores no le hubieran denegado el proyecto por demasiado vago o poco realista. Y, aún más, debiera haber previsto que iba a encontrar, o al menos a buscar, “una actividad fúngica capaz de inducir la muerte de las bacterias”.
Quizás esto les parezca una exageración, pero no hay más que ir a los impresos de la convocatoria de 2013 de proyectos de I+D+i para que puedan comprobarlo. Por ejemplo: “resumen: debe contener los aspectos más relevantes, los objetivos propuestos y los resultados esperados. Su contenido podrá ser publicado a efectos de difusión si el proyecto resultara financiado en esta convocatoria”. Un poco más adelante en el impreso de solicitud, el futuro premio Nobel habría tenido que plantear “hipótesis y objetivos del proyecto: Describa las razones por las cuales se considera pertinente plantear esta investigación, la hipótesis de partida y los objetivos generales perseguidos. Enumere brevemente, con claridad, precisión y de manera realista (acorde con la duración prevista del proyecto), los objetivos específicos”. En resumidas cuentas, que más que intuición de saber que se hallaba ante una observación de potencial interés, tendría que haber tenido, unos años antes de que se le contaminaran las placas, capacidad de predecir el futuro.
Y no se piense que es fácil salir del paso con generalidades, pues más adelante habría tenido que plasmar sus descubrimientos futuros en un “cronograma: para cada objetivo deben indicarse: el investigador responsable del mismo, los participantes involucrados, el período de ejecución (expresado en trimestres) y los hitos y entregables esperados con indicación del trimestre previsto (Tx) para su consecución”. ¡Menos mal que podría haber simplemente reseñado 3er trimestre de 1928, y no el día exacto, 22 de septiembre!
El quid de la cuestión son esas dos palabras que pretenden dar concreción a los resultados de la investigación, “hitos y entregables”, más allá del supuesto caótico quehacer de los investigadores. Hitos y entregables, palabras que resultan tan ajenas al trabajo en un laboratorio académico que nuestras propias autoridades consideraron oportuno aclarar en una circular posterior. Con la mejor voluntad del mundo, nos ponen de ejemplo los cimientos de una casa, la instalación del gas, un diagrama técnico, etc., para ver si nos aclaramos. Siendo franco, los resultados del descubrimiento de la penicilina podrían haber sido referidos como hitos (caracterización del hongo, producción de extractos activos, etc.) y entregables (suministro de sustancia enriquecida, patente, etc.). Pero con eso no resolvemos el problema de la serendipia: ese descubrimiento que no se está buscando.
El futuro Sir Alexander siguió su intuición y empleó su creatividad. Se puso a estudiar aquel hongo contaminante, iniciando un camino que, años más tarde, llevó a la caracterización y posibilitó el uso de la penicilina, lo que ha salvado millones de vidas. Si Fleming hubiese hecho esto hoy en un laboratorio español, recibiría varios años después unos enormes listados de gastos rechazados, en los que los interventores económicos habrían detectado irregularidades y solicitado su reintegro.
Muy probablemente la mayoría de ellos serían subsanables, dado que la dinámica actual es rechazar gastos para los que no se ha explicitado a qué objetivo concreto se vincula el gasto. Normalmente son reactivos o aparatos que se emplean para varios objetivos, sino todos los del proyecto. Pero, ciertamente, todo el dinero empleado en caracterizar el hongo Penicillium y la penicilina tendría que haber sido devuelto con intereses de demora.
Hay otra alternativa. Si Fleming hubiese trabajado en la actualidad en un centro de investigación español, la penicilina no habría sido descubierta en España. Porque también en los proyectos centrados en la innovación y la transferencia de tecnología, por ejemplo el programa INNPACTO, los requisitos burocráticos son una enorme traba a la innovación.
Innovar, según el diccionario de la RAE, es “mudar o alterar algo, introduciendo novedades”. Es verdad que cuanto más avanzado esté un producto, más concretos pueden y deben ser sus planes de desarrollo y comercialización. Pero España necesita una interacción entre el mundo académico y el mundo empresarial que permita desarrollar nuevos productos a partir de la proyección de los resultados académicos. Y hay que introducir muchos cambios y novedades para lograr un producto comercializable a partir de unos resultados de laboratorio.
Permítanme contar aquí mi experiencia personal con un proyecto INNPACTO, en el que pretendíamos desarrollar nuevos fármacos para enfermedades degenerativas de la retina. Nuestros resultados nos habían llevado lejos de los objetivos originales del proyecto, pero no de su finalidad. Por ello, tuvimos un par de reuniones para intentar reformular objetivos introduciendo novedades. Muy amablemente nos explicaron que “la intervención económica” no aceptaría dichos cambios. Por ello, era mejor renunciar al proyecto ahora, y así evitar que nos hicieran devolver el dinero, con intereses, varios años después. Podíamos, por supuesto, solicitar otro proyecto y, con suerte, desarrollar los nuevos objetivos un par de años más tarde. Con el mismo espíritu aclaratorio que he comentado anteriormente, nos pusieron el ejemplo de hacer cacerolas. Otros colegas me han comentado que les han puesto el ejemplo de construir una carretera. No dudo de que se pueda hacer un proyecto completamente definido para la fabricación de una cacerola, o para la construcción de una carretera. Pero la ciencia tiene una componente exploratoria, una componente de descubrir lo inesperado que he tratado de ilustrar con el ejemplo de la penicilina.
Tanto los requisitos de los proyectos de investigación, como los de colaboración público-privada y transferencia, denotan un profundo desconocimiento del trabajo de investigación y de innovación. Parece que en el Ministerio prima una manera fácil de poderlos fiscalizar, en lugar de promover la obtención de conocimiento y el desarrollo de innovaciones aplicables socialmente. No es que no se pueda hacer buena ciencia en España, es que los requisitos burocráticos nos hacen cada vez menos competitivos, tanto en ciencia básica como en la transferencia de sus posibles aplicaciones. Hay, por tanto, otra alternativa. Si Fleming hubiese trabajado en un centro de investigación español… se habría marchado de España. ¿Les suena?
PS.- Algún compañero me ha indicado que los formatos de solicitud de proyecto en la Unión Europea, EEUU y otros países son básicamente los mismos. La diferencia radica en que toda esa información se empleé para la evaluación y el seguimiento científico, buscando tener una imagen más completa del equipo de investigación, o para fiscalizar económicamente la labor investigadora. En cualquier caso, no me consuela en absoluto que en otros países también se apueste por la ciencia previsible.
Enrique J. de la Rosa, investigador Científico del Centro de Investigaciones Biológicas del CSIC.
Fuente: esmateria.com